
En Tixtla de Guerrero se resiente el frío de la neblina mañanera que envuelve el valle de las populares y coloridas flores silvestres y de muerto, que adornan las tumbas, ofrendas, altares, y que iluminan con veladoras el camino de los que ya se fueron.
Aún con los cuerpos abrigados con suéteres gruesos, las manos ansían un momento cálido. Las resguardas dentro de los bolsillos de tu pantalón de mezclilla que también está helado. Tus mejillas y orejas continúan fríos, helados, como los pies de una persona muerta.
Mientras tanto, el terciopelo, la flor de cempasúchil, la nube, margarita y una que otra mercadela nacidas en las melgas de tierra tezoquite, están empapadas del rocío que aparece con el sereno de la reciente madrugada, y cuyas gotas de agua inmoviles y cristalinas, reflejan hasta el cielo nublado, o asemejan ser pequeñas esquirlas de hielo.
El clima tiene sin cuidado a los productores de flor de muerto en dicho municipio histórico de la región Centro de Guerrero. Melitón González Crispín, de 59 años de edad, y Marcelino de la Cruz Onorato, de 65, son dos de ellos.
Ambos llegan al campo conduciendo cada uno, un triciclo; visten ropa ligera aún con las inclemencias metereológicas: short, playera o camisa de manga corta y un sombrero de palma deteriorado.
Los dos caminan descalzos entre las melgas de un metro de ancho por 35 de largo, sin importar el lodo que ensucian sus pies y ropas. No les importa siquiera un pequeño animal ponzoñoso que pudiera cruzarse en su camino, o algún clavo o espinos que pudieran pisar y causarles dolor.
Meli, como le llaman sus conocidos, se carga en los hombros una bomba manual para fumigar los surcos del terciopelo morado, con agua mezclada con líquido que él llama “medicina”, y que se penetra, según dice, en los poros abiertos de la flor para reforzar sus raíces.

Por el viento que corre en algunos momentos, parte del líquido que fumiga se le va al rostro evidentemente quemado por el sol. El resto, forma en el aire un arcoiris efímero que después se expande y cae como brisa al suelo.
Esto no es impedimento para dejar de maniobrar su bomba que cuelga desde sus tombros como una mochila. Va y viene dejando las huellas de sus pies sobre el lodo.
Por su parte, Don Marcelino enciende su reproductor MP3 y escucha música en una estación local: “Radio Alborada”. Esto mientras riega una melga que está sin sembrar, con una manguera que sale desde un pozo artesiano, y enchufa con una bomba.
Sobre la punta de la manguera agrícola negra de dos pulgadas, pone su dedo índice para que el agua caiga en forma de lluvia sobre la tierra, que habrá de crear los nutrientes necesarios de los que se alimentarán las flores para nacer y crecer.
Con el rostro envejecido, cabello y bigote canosos, Don Marcelino nos cuenta que lleva 45 años produciendo flor para el Día de Muertos que se celebra el 2 de noviembre. Más de la mitad de su vida ha estado en los campos, pues tiene 65 años de edad.
Cuenta que a sus 10 años, madrugaba para irse a trabajar todos los días a los sembradíos con su papá Carlos de la Cruz, fallecido hace más de 30 años, y su mamá Justina Onorato, muerta hace dos años, sin descuidar la escuela a la que entraba a las 9:00 de la mañana.
En estos años, Don Marcelino ha padecido y vencido diversas enfermedades que han puesto en riesgo su vida. El Covid-19 es una de ellas, la cual contrajo a finales del 2020. A pesar del estado deplorable de su salud, se resistió ir a un hospital y decidió mejor aislarse por 90 días en su casa y tomar medicinas caseras.

El horrible recuerdo de este pasaje de su vida, ponen trémulos sus labios resecos y entrecortan su voz llegando hasta el llanto, pero con su mano derecha empuñada se talla rápidamente sus ojos llenos aunque una de sus lágrimas alcanzó a rodar por su pómulo arrugado y mejilla hundida.
El recuerdo se va y Don Marcelino cuenta que este año sembró 14 melgas de flor de terciopelo y de cempasúchil, usadas mayormente por las familias en esta época tradicional de México.
Por su cuenta, Melitón González Crispín lleva trabajando en los campos más de 25 años, y refiere que en esta temporada apenas sembró en tierras rentadas 10 melgas de distintas flores, seis de las cuales se perdieron debido a la húmedad y, “por los hongos malos que se comieron sus raíces”. También señala que en cada una invirtió cuatro mil pesos, mismos que no ha recuperado.
Pero ante estas circunstancias, ambos productores confían que estos días logren vender todas sus melgas de flores dentro y fuera de Tixtla, como, aseguran, lo fue el año pasado a pesar de la crisis económica provocada por la pandemia del Covid-19.
Mientras tanto, entre las ramas de los árboles verdes que rodean el valle de las populares y coloridas flores silvestres y de muerto del histórico municipio de Tixtla de Guerrero, ubicado a 30 minutos de la capital del estado, Chilpancingo, se penetran los primeros rayos del sol y la fría neblina comienza a diluirse.
A lo lejos ladra un perro amarrado y se alcanza a escuchar la voz del locutor que pone una y otra canción en la estación local que sintoniza Don Marcelino en su pequeño reproductor MP3, mientras trabaja. No dejará de hacerlo hasta que, dice, cante el grillo que da señal de que pronto va a oscurecer.
Texto de Juan Blanco | API Guerrero
